Civilización umi

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"Vryllia". Bajorelieve de época umi.

La civilización umi, o pueblo umi, fue una cultura anterior a la aldoriana que habitó, presuntamente, los Valles del Lames y el Artios. Se sabe que los umi se habían extinguido unos setecientos años antes de la llegada del rey Aldor, conquistados por el demonio Grazor y sus hordas de orcos. Se cree que la ciudad maldita de Uduk fue, en algún momento, su capital o un importante centro de culto, pero fue convertida en el centro de poder de Udukán por el caudillo orco Uoak el Astuto y todo rastro umi desapareció.

De acuerdo con el sabio e historiador Caeneras el Viejo, a los umi se les describía como tribus de hombres pequeños y oscuros. No se sabe si los umi pertenecían a la raza de los hombres, los medianos o los gnomos, adoraban a las arañas y, en especial, a una figura conocida como la Gran Araña. Por esta adoración a los arácnidos, también eran conocidos como el Pueblo de la Araña.


Caeneras el Viejo rescató de las ruinas de Mel Angöre un manuscrito en tassiano que describe un rito umi:

Un viento helado e inconstante azota la meseta, trayendo aromas de ceniza y roble; ceniza que reposa en los rostros y manos de la tribu congregada, y roble que es en realidad hojas de muérdago que cuelgan de las cuerdas que atan sus cabellos.

Cada embate del frío soplo agita esos cabellos, y dispersa las columnas de humo de los fuegos que han encendido, y alborota las plumas de la negra capa.

La capa.

La capa envuelve los hombros del anciano con un abrazo férreo y cuidadoso, como la araña macho envuelve a su letal compañera. Su brillo irisado concentra las miradas de los hombres y mujeres que aguardan; su llamada concentra las voluntades de los espíritus de la tierra, que confluyen en lo alto de la meseta a través de líneas invisibles de poder que cruzan los valles hasta las piedras sagradas que allí erigieron los ancestros.

La capa se agita y salta, como un cuervo entre cadáveres, a medida que el anciano realiza la antigua danza entre las piedras y los fuegos. Él no lleva ceniza en su rostro, no teme que los espíritus lo reconozcan y persigan, pues sabe dominarlos. Al menos mientras tenga la capa.

El anciano finaliza su cántico arcano y eleva los brazos hacia la Hoz que brilla poderosa en el oscuro cielo del mes de Ruballa. Luego se sube al altar, la gran piedra lisa que corona el centro del santuario, y descansa su espalda contra la fría superficie.

Entonces el poder se manifiesta. La capa se eleva en el aire como pájaro de la muerte, y descendiendo sobre el anciano arranca con sus garras y su pico el corazón palpitante del enflaquecido cuerpo. El anciano expira con un estertor. Y mientras la Dama de la Muerte recibe su presa, el ave asegura la fecundidad de la tribu y sus tierras una vez más, derramando la sangre del corazón del anciano sobre los hombres y mujeres, y sobre la meseta, para que la Señora de la Caza y las Cosechas no dé la espalda al pueblo.

Por fin el enorme pájaro se detiene sobre un niño de la tribu, y descendiendo se posa sobre sus hombros asumiendo de nuevo la forma de capa. Él será el nuevo anciano, y procurará el favor de dioses y espíritus para todos durante muchos años.

El resto de la tribu se separa del niño, que vivirá sólo a partir de ahora, y acercándose al altar abren el cuerpo del anciano con sus filos de sílex, cortan y comen un pequeño trozo, la porción de vida que manda el ritual.

El sol sale por fin, iluminando los macabros restos del anciano que reposan sobre las piedras sagradas esperando a los cuervos, mientras hombres y mujeres regresan al poblado.