Categoría:Lomber
Lomber es una vasta región de tundra y estepa helada que se extiende entre las montañas de Hyan y el mar gélido del norte, abrazando las tierras boreales al este del continente oriental.
La región está cubierta de nieve la mayor parte del año, y las ventiscas constantes difuminan la línea entre la tierra y el gris del cielo. El paisaje uniforme se anima con los movimientos de grandes manadas de renos, zorros, perdices nivales y los temidos trolls del hielo que habitan las zonas más agrestes.
Los lombog, conocidos como los Hermanos Menores, son los únicos habitantes conocidos de Lomber desde tiempos remotos. Su modo de vida nómada sigue el ritmo del ciclo natural y las estaciones. No construyen ciudades ni pueblos, sino que se agrupan en tribus llamadas kotivaaki, que se desplazan con el deshielo y la caza. Viven en tiendas de madera y piel (kotii) y subsisten gracias a la cría de renos, la caza, la pesca y el comercio de marfil y herramientas talladas en hueso.
Las poco hospitalarias tierras de Lomber han resistido los intentos de conquista de grandes imperios y reinos vecinos. Solo los lombog han sabido adaptarse a los rigores de la tundra y hacer de ella su hogar.
Capital: no hay.
Historia
La historia de Lomber va unida a las leyendas de sus habitantes. En un lugar tan poco apto para el asentamiento humano, los lombog no solo lograron sobrevivir, sino que forjaron una identidad profundamente ligada a la dureza del entorno. Para ellos, la tundra, el frío y la ventisca no son enemigos, sino parte inseparable de su existencia, que han moldeando su carácter, su cultura y su forma de vida desde tiempos inmemoriales.
Fundación
No existen crónicas escritas ni vestigios claros sobre el origen de Lomber como tierras de los lombog. Todo cuanto se sabe de sus primeros días pervive en las historias transmitidas de generación en generación, envueltas en la voz de las tarinoitsii, las narradoras de leyendas:
En el albor de los tiempos, las tierras del norte eran conocidas como Viiltala Hukkala, tierra de la fértil esperanza, una isla frondosa y rebosante de vida flotando en los grises dominios de Khiff Leanii, señor de las aguas.
Su hija Lurenilii era una joven diosa de espíritu curioso, llena de la inocencia de quien nunca ha probado las mieles de la luz ni se ha ahogado en las sombras del mal. Una noche, mientras bañaba su cuerpo inmortal en las aguas plateadas bajo la luna, preguntó a su progenitor:
—¿Qué hay en aquella roca tan cubierta de verdor y llena de vida, padre amado?
Su padre, como había hecho siempre, ocultó la verdad, asegurando que nada había allí que pudiera interesarle, que el mundo estaba vacío y sólo los dioses moraban en él. Pero lo cierto es que la isla era hogar de gigantes solitarios, criaturas de piel bronceada y cabellos negros.
Fue entonces cuando un cuervo negro visitó a la joven diosa en uno de sus viajes por el inmenso océano y le susurró:
«Sabed, mi señora, que vuestro padre os oculta un gran secreto. En aquellas tierras fértiles hay vida: no sólo plantas y animales como yo, sino hombres y mujeres de porte regio y corazón amable, que viven en paz, ajenos a los asuntos de los dioses. Deberíais ir y verlo con vuestros propios ojos.»
La muchacha, movida por su creciente curiosidad, partió hacia la isla, dudando de las palabras de su padre.
Mucho tiempo pasó observando la vida de aquellos nuevos y extraños seres, fascinada por su felicidad y sencillez. Dormían entre las ramas de los altos árboles y se alimentaban de los frutos de la tierra o de las presas que lograban cazar.
Sus discretos viajes se hicieron cada vez más frecuentes, hasta que llegó el día en que se mostró ante ellos. Desde entonces la conocieron como la Dama Blanca, la visitante que venía del mar a contarles historias sobre dioses y criaturas asombrosas que habitaban más allá de su hogar.
Como no podía ser de otro modo, uno de los isleños, el más fuerte y valiente de los cazadores, se enamoró de la joven diosa. Y aunque aquel sentimiento era desconocido para Lurenilii, acabó correspondiendo al apuesto mortal. De aquella unión prohibida nacieron un niño y una niña, de cabellos plateados y ojos almendrados, cuya llegada causó gran conmoción en la isla. A pesar de todo, vivieron felices en la comunidad, al cuidado de su padre, y disfrutando de cada visita de su madre, que llegaba desde más allá del mar. Durante generaciones, los primeros pobladores y los descendientes de la Dama Blanca convivieron en paz y armonía.
Pero un fatídico día, Khiff Leanii, mientras contemplaba el atardecer sentado en su trono de coral, recibió la visita de un cuervo negro. Éste se posó junto a él y le susurró al oído:
«Nuevas os traigo, Señor del Mar. No descarguéis vuestra ira contra este humilde mensajero después de escuchar sus palabras.»
Y así el cuervo relató al dios cómo su hija, llevada por la curiosidad y la rebeldía propias de la juventud, había unido su destino al de la tribu de hombres isleños.
Khiff Leanii, furioso, hizo estremecer los mares. Una tormenta destructora azotó la isla, la tierra bajo las aguas tembló y se desgajó, y la isla dejó de serlo, chocando contra una gran masa de tierra que surgía en el horizonte.
Muchos perecieron aquel día, y los que no, temblaban de terror ante la ira del dios, que se presentó ante ellos. Su voz retumbó como truenos y como el estrépito de cien olas rompiendo contra la roca:
«Vosotros, mortales, que habéis desafiado a los dioses, sabed que habéis sellado vuestro destino y el de vuestros hijos hasta el fin de los días. Ya no seréis más los favorecidos que ignoran las verdades y horrores del mundo. Vivid ahora con los ojos abiertos y mirad vuestro destino. Y mi hija, mi rebelde hija, que dudó de la palabra de su padre, se quedará aquí para siempre, condenada a contemplar vuestra miseria y sufrimiento.»
Y así fue que, en aquel entonces, la antes fértil tierra se tornó fría y desolada. Las plantas perecieron bajo el hielo, muchos animales murieron, otros tuvieron que cambiar para sobrevivir, y también los primeros pobladores, cuya piel se tornó blanca y sus corazones gélidos; por siempre culpando a la joven diosa y su descendencia de la desdicha de su pueblo. Desde entonces esta nueva tierra se llamo Lomber Taylii, frío castigo.
A pesar de todo la vida siguió, los ahora gélidos gigantes deseaban acabar con la maldición, pensando que si la estirpe de la Dama Blanca era eliminada, el padre del hielo los perdonaría y los acogería de nuevo.
Y entonces comenzó una guerra, y lucharon entre hermanos. La misma Lunerilli, cegada por el amor y la pena, ahogada por primera vez por las sombras, se vio obligada a intervenir; y mandó a un gran ejercito de bestias ancestrales a luchar junto a sus hijos. La sangre tiñó la nieve de rojo y las lágrimas se congelaron en los rostros de los que vivieron.
Tras la Batalla de la nieve roja, los más antiguos y fuertes se retiraron a vivir a las montañas cercanas, y los hermanos menores se quedaron en los valles, pero nunca más hubo paz, y los hermanos enfrentados lucharán hasta el fin de los días.
Desde entonces, muchos aseguran haber visto a la Dama Blanca, susurrando y sollozando entre las montañas y los valles de esta tierra, forjada por el amor y la pena.
Tercera Edad
Más allá de las leyendas fundacionales, poco se sabe del devenir de estas tierras hasta inicios de la Tercera Edad, cuando los lombog apoyaron la Gran Alianza que llevó a la fundación del Reino de Aldor. Esto situó Lomber en los mapas del continente y los señaló como parte del eje de territorios seguidores de la luz, lo que pudo despertar el interés de la vecina Udukán. Desde entonces, Udukán intentó extender su influencia hacia el oeste, enviando expediciones para ocupar Lomber que siempre terminaron fracasando.
Durante siglos, Lomber permaneció ajena a los grandes acontecimientos que transformaban el resto del mundo. Los relatos de exploradores y viajeros mencionan esporádicos encuentros con pequeñas bandas de lombog que descendían a los valles, pero siempre como hechos aislados.
Cuarta Edad
Ya en la Cuarta Edad, el Imperio leakhán, en plena expansión, intentó someter Lomber. Un gran ejército cruzó las montañas con la intención de conquistar las tierras de los Hermanos Menores. Sin embargo, su avance fue detenido cuando los lomb intervinieron en defensa de sus parientes.
El rey gigante Pirkka "Corazón Blanco" lideró un ejército lomb que rechazó a los invasores leakhán y proclamó que Lomber quedaba bajo la protección de los Hermanos Mayores. En una declaración solemne, advirtió que cualquier nueva agresión provocaría la ira de su pueblo contra Udukán y el Imperio leakhán.
Las razones de Pirkka siguen siendo un misterio. Algunos sostienen que temía que, si los leakhán dominaban Lomber, su fortaleza de Hyan sería la siguiente en caer; otros creen que fue un genuino acto de hermandad, el primero tras milenios de distanciamiento entre lomb y lombog.
El inicio de la Cuarta Edad fue una época convulsa. Algunos lombog dejaron la tundra y emigraron hacia el sur, mezclándose con otras razas humanas y dando lugar a los norteños. Muchos permanecieron en Lomber, manteniendo su modo de vida ancestral, y sobreviviendo como lo hicieron sus ancestros.
Aunque aislados, los lombog que quedaron habitando el norte viven en paz bajo la sombra de la protección de los lomb, y pocos forasteros se adentran en sus territorios. El tiempo allí se sigue midiendo en estaciones y caza, no por los reyes ni las guerras.
«Y de las altas cumbres,
bajó el hermano olvidado,
su manto de escarcha y trueno,
su brazo tempestad de Khiff Leanii.
Por su palabra vivimos,
por su cólera seguimos libres.»
— Fragmento de la Balada del Corazón Blanco, cantada en los fuegos
de invierno de Lomber.
Territorio
El territorio de Lomber se extiende por una vasta región septentrional de clima frío. Su costa norte está bañada por aguas gélidas, que se tornan más templadas al confluir con las corrientes del mar de Eynea por el oeste. El río Londrim marca su frontera occidental con el antiguo Reino de Aldor, hoy tierras aldorianas pertenecientes a la casa Norf, mientras el río Fëarduin lo separa al este de las Landas Bóreas de Udukán. Al sur se alzan las imponentes montañas de Hyan, hogar ancestral de los lomb y frontera natural del reino.
El clima es marcadamente frío durante todo el año, con inviernos largos y severos, y veranos breves pero lo suficientemente templados como para derretir la nieve de los valles y el hielo de los lagos, permitiendo así la subsistencia del ganado. Los días invernales son particularmente cortos, con apenas seis horas de luz, lo que acentúa la sensación de aislamiento del territorio.
Las aguas que rodean Lomber están surcadas ocasionalmente por masas de hielo flotantes, haciendo de la navegación una empresa arriesgada incluso durante los meses más cálidos. Esto, sumado al clima extremo y a la escasez de asentamientos que puedan servir de refugio, dificulta al gremio de cartógrafos obtener datos precisos sobre la región, que sigue siendo en gran parte desconocida y poco explorada.
La fauna autóctona incluye sobre todo animales domesticados como alces y renos —esenciales para el sustento de los lombog—, así como especies salvajes de gran tamaño: osos, lobos blancos y aves tanto carroñeras como predadoras.
Ciudades y gobierno
Los lombog no poseen ciudades ni asentamientos permanentes en las tierras de Lomber. Su modo de vida nómada se organiza en torno a campamentos estacionales, adaptados a las duras condiciones del clima.
Durante el invierno, las tribus levantan kotii —estructuras de madera o grandes huesos cubiertas de pieles curtidas— en valles protegidos, abrigos rocosos o bosques cerrados, donde resisten las temperaturas extremas al abrigo del viento y junto a fuentes estables de agua y leña. Con el deshielo de la tundra en verano, migran siguiendo rutas ancestrales, dispersándose en pequeños grupos para aprovechar los pastos frescos y las oportunidades de caza y pesca. Los campamentos veraniegos son ligeros y fácilmente desmontables, lo que permite a los lombog desplazarse con rapidez tras los rebaños y adaptarse a los cambios del terreno.
La organización social lombog gira en torno a los kotivaaki, grandes tribus nómadas que representan la unidad fundamental de su pueblo. Cada kotivaaki está asociado simbólicamente a un animal ancestral que encarna sus virtudes: Hirvii (el reno), Kantaa (el oso polar), Suusi (el lobo invernal) y Joukko (el cuervo). Cada tribu tiene sus rutas tradicionales de migración, transmitidas de generación en generación por tradición oral.
Cada kotivaaki está dirigida de manera colectiva por los ikivanha, los ancianos más respetados, cuya autoridad moral se impone sobre las decisiones comunes. No existe una jerarquía centralizada o un liderazgo unificado entre las tribus, aunque en tiempos de necesidad pueden convocarse consejos entre varios kotivaaki para coordinarse o resolver disputas.
La ausencia de ciudades y la dispersión del pueblo lombog hacen que su "gobierno" sea más bien una red de alianzas familiares y tribales que una estructura política formal.
Sociedad y cultura
La sociedad lombog es profundamente comunitaria, igualitaria y resiliente. Las responsabilidades se reparten de manera flexible entre todos los miembros de la tribu: pastoreo, caza, pesca, cuidado de niños y mantenimiento de los campamentos son tareas compartidas, asignadas según la habilidad y la necesidad.
La transmisión oral es su única vía para conservar la historia y las tradiciones. Las tarinoitsii —generalmente esposas de los ikivanha— son las encargadas de narrar cuentos, leyendas y enseñanzas prácticas, asegurándose de que el saber ancestral no se pierda entre las generaciones.
La organización social gira en torno a los kotivaaki. Existen cuatro grandes tribus vinculadas simbólicamente a un animal ancestral que representa sus virtudes y modo de vida:
- Hirvii, el reno, símbolo de resistencia y migración. Maestros en la cría y pastoreo de los grandes rebaños. Rastreadores incansables y navegantes de la tundra.
- Kantaa, el oso polar, emblema de fuerza y protección. Reputados y formidables cazadores y guerreros, grandes defensores de las tribus y sus territorios.
- Suusi, el lobo invernal, asociado a la astucia y el trabajo en grupo. Expertos en la caza coordinada de grandes presas —osos, morsas, incluso ballenas—. Son rápidos y adaptables, siempre alerta y dispuestos a proteger a su manada.
- Joukko, el cuervo, representante de la sabiduría y los presagios. Guardianes de la tradición y el saber, conocen todos los secretos de la tundra y los seres que la habitan, siempre vigilantes de lo que ocurre a su alrededor.
Cada kotivaaki se enorgullece de su animal protector, y sus miembros aspiran a emular las cualidades de su tótem en su vida diaria, reforzando así su identidad y su vínculo con el mundo natural.
Religión
La espiritualidad lombog es animista, muy vinculada a los espíritus de la naturaleza. Creen que los espíritus de los animales ancestrales habitan a su alrededor, protegiendo o castigando según la conducta de las tribus. En estas tierras, los elementos del mundo natural rigen la vida y los destinos de sus habitantes y los dioses continúan entendiéndose en su forma más sencilla y primigenia.
Los henkii —chamanes— son los intermediarios entre el mundo visible y el invisible, encargándose de rituales, curaciones y predicciones.
En sus tradiciones persiste una especie de culto a Khiff Leanii y Lurenilii convertidos en divinidades primordiales, ligadas al ciclo de la vida y al hielo eterno, que aparecen en los mitos fundacionales de Lomber y sus habitantes.
Relaciones exteriores
El contacto con otros reinos es escaso y esporádico. La dureza del territorio, el nomadismo de sus habitantes y la autosuficiencia los mantienen al margen de las grandes dinámicas políticas. No obstante, sus habitantes han formado parte de grandes alianzas en el pasado, siempre junto a los seguidores de la luz, y mantienen las distancias con sus incómodos vecinos del este, los habitantes de Udukán.
En general, prefieren evitar conflictos, aunque defienden ferozmente sus fronteras si se ven amenazadas.
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